Soy una persona muy afortunada, mucho más de lo que merezco. Veo a mi alrededor, las vidas de mis compañeros, las vidas de personas adultas, las vidas de los transeúntes, y lejos de sentirme superior, me da mucha pena ver cómo están hundidos en miseria, en un mundo que no les brinda amor, que no les da una mano, que les enseña sobre dos grandes dioses: “yo” y “mis cosas“.
Me da mucha pena ver personas más capaces y más inteligentes o fuertes que yo, estando ahí perdidas. Me da pena la violencia, ver cómo los padres pueden influir negativamente en la vida de sus hijos, cargándoles mochilas y cadenas de las que cuesta mucho poder soltarse; ver cómo las parejas que se dicen amar, en realidad sólo se usan; ver cómo los niños se esconden o se mimetizan para ser adultos, sin saber que es camino de muerte. Me apena mucho ver a la gente que gasta su dinero en alcohol, en cigarros, en drogas, en juegos de azar, en cosas vanas y pasajeras. Me da pena ver cómo las personas malgastan su tiempo, uno de los pocos recursos que realmente disponen.
Pienso en esas familias que están en la sala de espera de un hospital, en la habitación de un enfermo terminal, en aquella mamá que se lamenta por primera vez de que “su niño no será normal”, en aquellos hijos que lloran a sus padres en un funeral. ¿Cuántas cosas de las que hacemos tienen realmente sentido? ¿Cuántas acciones de nuestro día realmente valen la pena y marcan la diferencia? Pienso en los padres muertos, en los niños muertos, pienso en los que ya no están, ¿y si estuviesen aquí? ¿y si pudiesen decirme algo, qué sería?
Mi vida, las cosas que tengo y por las que agradezco, mi familia, la casa donde vivo, incluso los sueños y talentos que he descubierto, nada es por mi mérito, ¡nada! Yo no elegí vivir donde vivo, no elegí nacer donde nací, no elegí sobrevivir a todas esas bronquitis que me tuvieron el alma en un hilo mientras era infante, no elegí tener unos papás tan buenos aún cuando los suyos no lo eran tanto, ni siquiera elegí dedicarme a esto de hacer blogs, tomar fotos o escribir crónicas, un día alguien puso en mi corazón el tener curiosidad y se fue dando solo.
Ninguna de las cosas que tengo o que he hecho ha dependido de mí, claro que hago los presupuestos, trato de calzar los dineros y me voy proponiendo metas, pero aún mis planes están sujetos a una voluntad que no es mía. Por eso, siendo consciente de esto, no puedo evitar llorar de emoción cuando veo que entre toda la miseria que hay en el mundo, llámese “miseria” como un sinónimo de “falta de amor”, Dios me cobijó con un rincón donde sí hay amor.
¿Y qué tengo yo que no tenga otro? ¿Por qué me escogiste para ser parte de tu redil? ¿Por qué viniste a tocar mi puerta y no la del vecino? Yo no me lo merezco, sé que tú miras cosas que los hombres no vemos, ¡pero ni siquiera yo elegí ser como soy! Si hubiese nacido en otra parte, con otra familia y otros problemas, en otra época quizás, a lo mejor sería una persona peor y nunca te hubiera conocido; sé que no es el caso, sé que tenías un plan y tienes algo pensado para mí, pero no soy digno, hay personas mucho más buenas y capaces de ser siervos tuyos, yo soy poca cosa.
Conste que me quiero, me conozco y cuando me veo en el espejo, puedo ver la mayoría de lo que corresponde a lo que soy, pero soy consciente de las cosas que me duelen, las cosas que me cuestan, los defectos que tengo que mejorar, las trabas que tengo que superar y veo un ser humano, con virtudes y defectos, que por muy bondadoso que sea, nunca voy a poder merecer estar siquiera en la puerta de Dios.
Somos poca cosa, somos polvo, hierba soy; somos seres que van, reciben un hálito de vida, sufren y sufren y sufren para poder saciar su hambre, para poder llenar su sed, y de ellos sólo algunos descubren que “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de la Palabra de Dios“, ¡un puñado!, ¡un puñado de flores tiene el honor de saber y reconocer quién es el Hacedor, quién hace llover!, y cuando el tiempo pasa, volvemos a la tierra, somos polvo, nuestros hijos son polvo, nuestros nietos son polvo y salvo que tengamos un escrito que determine nuestro origen, no sabemos qué hacía el tataratataraabuelo, ni su nombre sabemos.
Soy afortunado, pese a que no estoy rodeado de riquezas materiales. Me reconozco afortunado, me reconozco bendecido, no porque “lo declare“, sino porque en efecto, lo soy. Soy una de esas hierbas, una de esas flores (y no una rosa, una más feita) que tuvo la dicha de ser sembrada en buena tierra, que tuvo la dicha de conocer de Jesús. Sé que no necesariamente tendré éxito profesional o vaya a tener muchas riquezas, sé que me van a tentar muchas veces y que a los demás les puede molestar el que yo ponga a Jesús como prioridad; sé que a veces me va a tocar padecer injusticia, pruebas, dolores; pero tomo por ejemplo a David, a Samuel, a Daniel, al propio Jesús, a Pablo: la meta es la puerta estrecha, es confiar ciega y absolutamente en Dios, es amarlo con todo el corazón, es servir y que mis frutos sean frutos de Espíritu.
Dios no me promete riquezas, no me promete que voy a ser el centro del universo y que voy a tener gran poder, no me promete salud ni una larga vida; pero sí me promete paz, me promete amor, me promete cosas genuinas, me promete fidelidad, me promete que estará conmigo pase lo que pase, me promete respuestas a su debido tiempo, me da su Espíritu Santo para aguantar y soportar lo que significa estar en este mundo lleno de miseria, porque el dolor de este mundo, ese dolor yo lo entiendo pero ellos no me entienden, ¡cómo debiste sentirte Jesús cuando te compadecías de nosotros! “Misericordia quiero, no sacrificio“.
Yo no merezco nada de lo que tengo, nada es mío, todo lo que hago, mi propia vida, se la debo a Dios, a Él sea la honra, porque mía no es. ¿Y si yo fuese ese mendigo que está en la calle? ¿Y si yo fuese aquel señor que está con cáncer terminal y dejará a sus hijos aquí? ¿Y si yo fuese un hijo de ladrón? Las cosas que tengo, no son mías, están en mis manos pero es porque Dios dejó su árbol en mi huerta; las cosas que vivo, no son mías, las vivo porque Dios depositó mi ser para hacer esos itinerarios, así que comparto mis tesoros, porque mis tesoros, no son tesoros que se miden en patrimonio, que me vayan a hacer aparecer en una revista o un diario.
Los tesoros que busco son tesoros del Cielo, “Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el óxido carcomen, ni los ladrones se meten a robar. Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.“. En algún momento, llegué a creer que se refería a la sabiduría, al conocimiento exacto de Dios, pero no es eso, el tesoro no es eso. Las ovejas que están fuera del redil, se quiebran la cabeza y lloran buscando respuestas en un desierto de soledad, porque lo triste es que para ellos se cumple que “aun en la risa tendrá dolor el corazón; y el término de la alegría es congoja“; pero el tesoro, está ahí, son esas aguas que brotan del cielo, es el gozo de saber que estás en buena tierra, es saberse amado, aún cuando no lo merecíamos, pese a nuestros errores y nuestras limitaciones.
Uno ve la televisión, ve los chismes, la soberbia, las guerras por pedazos de tierra, la mezquindad de quienes no se sacian con su dinero y codician más, uno ve las ovejas perdidas, las ovejas ciegas, las inocencias muertas; ¿cómo voy a sentirme radiantemente feliz cuando sé que hay tantas personas que se pierden? Ciertamente, en mi aposento, cerrada la puerta, tengo felicidad por el amor que Dios tiene por mí, por las bendiciones que me ha dado, por la misericordia que tiene conmigo, porque perfecto no soy.
Sé que esta sección casi nadie la lee, salvo aquellos que tengan curiosidad sobre quién escribe este Blog. A ustedes, de veras, vuélvanse a Dios, búsquenlo de todo corazón, tomen la Biblia y comiencen a leer, porque esconde el mayor tesoro que puedes tener, un tesoro que no se puede comparar con nada. Sean benditos de mi parte, muchos saludos y gracias a Dios.